Un gran número de las especies del mundo animal comparten el cordón umbilical que une a los distintos individuos con sus lugares de nacimiento. Es un lazo invisible, una fuerza de gravitación que actúa con distinta intensidad y permanencia según la naturaleza de cada una de las especies.
En el caso del hombre, ese cordón umbilical puede adoptar una doble apariencia: física (los individuos permanecen siempre alrededor del lugar en el que nacieron); o bien, moral (los individuos migran a lugares con realidades muy diferentes, pero mantienen un hilo de dependencia con los lugares donde descubrieron la vida, de forma más o menos duradera).
Las crónicas que arman este libro se engarzan sobre ese cordón sutil, que se vale tanto del amor, como del odio o la indiferencia, para ser perenne en el ser humano, aunque con efectos muy distintos en cada individuo, según cual sea su personalidad, formación y el tiempo que haya estado separado físicamente de sus raíces.
El protagonista de estas crónicas, Carlos Soto, es un emigrante del Andévalo andaluz que, pese a pasarse la mayor parte de su vida lejos de su lugar de nacimiento, y moverse en ambientes sociales y culturales que nada tienen que ver con los de su origen, conserva documentación, notas de hechos, conversaciones e historias relativas a su tierra natal. Ha pasado tanto tiempo fuera de su tierra, y los cambios han sido tan profundos en el último medio siglo, que duda de los propios acontecimientos que recuerda, por lo que decide volver a su lugar de origen. El poblado que lo vio nacer ha cambiado físicamente, pero las raíces morales primitivas siguen allí, apenas con un lavado de cara de progresismo, que terminan abocando a ajustes de cuentas y frustración.
Las crónicas no responden a un estilo ortodoxo, sino visual; puesto que el fin último es facilitar la adaptación de las mismas al lenguaje cinematográfico, para darles vida en forma audiovisual.