Este libro narra las experiencias de un tosiriano afincado en Cataluña que recuerda con nostalgia y cierto grado de pena las vivencias de su infancia y juventud en su pueblo natal (Torredonjimeno) durante el periodo de la postguerra española, en la década de los años cuarenta y cincuenta. Por entonces la mayoría de los campesinos de aquellos pueblos de la Andalucía rural y otras zonas agrícolas de España padecían serios problemas económicos que, junto a la opresión existente por los capitalistas y del régimen franquista, les hicieron muy difícil la supervivencia. Fueron años muy duros en toda España, pero las zonas agrícolas lo sufrieron más.
A mediados de los años cincuenta comenzó el movimiento emigratorio de la mayoría de las zonas agrícolas españolas hacia zonas industrializadas de este país y también hacia otros países extranjeros.
Manuel Moreno Navas, como la mayoría de niños de aquella época, comenzó a trabajar a los doce años, cuando su padre decidió sacarlo del colegio y ponerlo a trabajar en la empresa familiar que tenían (panadería). Al morir su padre (1959) él solo contaba con catorce años. Su familia -debido a que el negocio no funcionaba correctamente porque no estaba bien gestionado por el socio que tenía su padre, y a que todos los hermanos eran demasiado jóvenes para hacerlo- hizo frente a ese problema marchando del pueblo.
Poco podían imaginarse unos años antes toda la familia Moreno Navas, que a principios de los cincuenta vivían desahogadamente, que hacia el año 1961, es decir, que diez años después tendrían que salir de Torredonjimeno para buscarse la vida en otro lugar de la geografía española.
En septiembre del 61, casi dos años después de la muerte del cabeza de familia, tuvieron que emigrar como lo hicieron otras muchas personas. Al iniciar su nueva vida en Cataluña vivieron momentos muy difíciles y tensos, no tenían ni tan siquiera un lugar donde cobijarse y además debieron adaptarse a nuevas costumbres, hacer nuevas amistades, convivir con otra lengua y otra cultura, etc., y al mismo tiempo tuvieron que estar pagando antiguas deudas familiares de su
pueblo natal.
Pasado algún tiempo toda la familia se fue habituando a esta nueva forma de vida, se adaptaron a aquella nueva tierra y a sus costumbres.
La mayoría de las personas que aquí fuimos echando nuevas raíces, sobre todo en las ciudades pequeñas, nos sentimos muy identificados con Cataluña y los catalanes. Después de tantos años aquí (más de cincuenta), donde mi esposa y yo formamos nuestra familia y nacieron nuestros hijos, me siento tan integrado en esta magnífica tierra que hoy en día no sabría vivir en ninguna otra parte del mundo.
Yo, aunque tenga sangre andaluza, también tengo muchos y muy buenos sentimientos hacia Cataluña y los catalanes.