“Allí están las luces, tranquilo, tranquilo, tengo que respirar, así, así… doy veinte brazadas y descanso cinco respiraciones, doy otras veinte y descanso otras cinco; así sin parar hasta la orilla, venga, vamos,… una,… dos,… tres,… ¡hey, puaj… cuidado con las olas al respirar!,… siete,… ocho,… nueve,… así, muy bien… el fondo está muy oscuro… no pienses y nada, nada y respira, nada, respira… quince,… dieciséis,… así, así, muy bien,… diecinueve y veinte; descanso cinco respiraciones,… una,… allí están las luces vale, bien, dos,… mejor subo los pies un poco,… tres,… cuántas estrellas… cinco,… descanso una más,… seis,… vale, venga, vamos, veinte brazadas y vuelvo a descansar…”.
Ha caído al mar. Teme por su vida. Quiere llegar a la costa cuanto antes, como sea. Su mente es rápida y organizada. El mar es frío, oscuro y muy bravío; pues hundió la patera en que viajaba en un vaivén. Con todo, el joven emigrante que partió de lejanas tierras consigue llegar a la orilla y encallar en la arena de la playa, agotado, muerto de frío y sin sentido; ¡cáscaras, una chispa!, un hilo de esperanza chisporrotea en su cerebro y se resiste, se activa; e imagina y crea una historia sobre la amistad.