Hasta no hace mucho tiempo, han pasado por nuestras vidas las curanderas y sanadores con distintos tipos de yerbas de las que echamos mano en alguna ocasión, aunque solo sea a modo de tisana para aliviar nuestras dolencias. También sabemos de aquellas personas con capacidad para curar las culebrillas o el mal de ojo a base de rezos, que no han desaparecido aún, porque siempre las hubo, las hay y las habrá. Aquellas personas eran parteras, alquimistas, perfumistas, nodrizas o cocineras. Poseían conocimientos en campos como la anatomía, la botánica, la sexualidad, el amor, el desamor o la reproducción; almacenaban como tesoros heredados de sus antepasados conocimientos muy importantes sobre el control de la reproducción y sabían preparar diversos abortivos entre otros remedios, por cuanto prestaban un importante servicio a la comunidad. Conocían las plantas, animales y minerales, y creaban recetas para curar, lo que fue interpretado por los grupos eclesiásticos, políticos y económicos de la época como una amenaza a su poder, y lo señalaron como un dominio del Diablo, con las brujas como sus hijas y las brujerías sus malos actos, algo que fue calando lentamente en la población y que les sirvió de excusa para perseguirlas, torturarlas, condenarlas injustamente y llevarlas a la muerte. Los siglos XVI y XVII en los que se desarrolla la obra fueron testigos de esta crueldad.