Sigue el autor obligado a escribir lo que ve, oye y siente, pues no pasa día sin que la realidad provea mil y una motivaciones para hacerlo y casi ninguna razón para permanecer silencioso. Cierto que la mejor manera de no granjearse enemigos y críticas es quedarse muy calladito, procurando no molestar, pero en palabras de uno de los personajes de la obra teatral de Lawrence y Lee, memorablemente llevada al cine por Stanley Kramer bajo el título engañoso en España de La herencia del viento, el deber de todo periodista es reconfortar a los afligidos y afligir a los que se sienten confortables. Al igual que el siempre cínico Hornbeck de la película, y dentro de mis limita-dos lindes literarios quiero creer que es lo que sigo intentando, aun cuando no tengo mucha esperanza de conseguirlo. Ya veremos.