Libertad, cada palabra que se descuida en este libro está bañada por ella. Los silencios son adoquines de papel que se enquistan en los trapecios del alma. La mujer, durante mucho tiempo, ha sido esclava de ellos. No hay más verdad que una boca con el grito nacido de los pulmones. La mujer como protagonista de esta obra se ha arrancado los ropajes de su callada existencia y habla de deseos y trampas, de heridas y salvación, de ruinas y océanos de calma. La mujer esquiva, la canalla, la valiente y la que mece horizontes en un banco viejo al sol de un otoño con los hoyuelos llenos de pan. La de los noes vacilando una salida, la que baila con espinas en sus pies, la que endulza la locura en noches donde las calles aplauden la risa y el hábito azul de su vestido descorchado de miedos. La que aprende, acoge y suma destinos inciertos. La de los ojos mustios, la del vello en sus deslices, la de los tiempos gastados, la del reloj y los besos manchados de aliento. Todas, y el cielo, y el viento, el abrazo, los suelos y la ventana siempre abierta a un nuevo mañana sin más silencio que el de sabernos libres, sin más sangre que la que emana la luz tras el lienzo que aún y siempre nos queda por pintar bajo el último sol rojo de la tarde de la vida.