Soy una mujer de sesenta y tres años y es un gran orgullo escribir a Dios.
La mejor forma de ser feliz es sentirse en paz con uno mismo y, cuando escribes a Dios, es más gratifcante. Estás en paz con Dios y con sus colaboradores, los santos, nuestros hermanos.
A mí, especialmente, me ayuda mucho escribir para Dios. Las experiencias que tengo escribiendo no las tiene cualquiera, me ayudan a espantar los fantasmas que se agazapan en la neblina del pasado.
Sólo con esa luz es posible alcanzar el mar tranquilo de la felicidad.