Salida de sus espacios habituales, Laura Rodríguez florece en estas páginas como el brezo entre la nieve. Paisajes, tradiciones y sucesos la tocan y conmocionan, pero ella, la eterna muchacha medio oriental, dispuesta siempre para la felicidad y el amor, adopta la postura que los grandes maestros llaman “estar vivos en la inacción” y presenta sus tankas y haikús con la medida que el tamé, que es la concentración de fuerzas y energías a partir de una aparente quietud, le ha otorgado a sus desbordamientos.
Emma Artiles, la Margarita del Transvaal.
Nos encontramos en estas páginas con precisas y espléndidas composiciones de poesía japonesa que se adueñan del cuaderno con su fuerza y belleza, pues su cuidada sencillez es la destilación de toda una vida; hizo falta mucho tiempo para que las preguntas y visiones de la autora se sintetizarán en estas pequeñas joyas de sabiduría.
Laura Rodríguez se muestra ante nosotros como la dueña del arte de vivir, que no implica siempre felicidad estallante o recontar las ganancias y pérdidas; sino el enten
dimiento para recibir y disfrutar de cada momento. La belleza y el misterio de su poesía y su altura filosófica me recuerdan siempre a ciertas especies extintas.
Isaly Pérez
Una mirada observadora que penetra la angustia existencial y la naturaleza se plasma en esta poesía en que la autora dialoga desde la objetividad y hacia el delirio.
Manuela Carrazana