Un nuevo virus puede traer otros o destapar los que ya existían. En estos meses de terror y pasmo nos hemos tenido que medir con un implacable enemigo, atrincherándonos entre cuatro paredes o lidiando ciegos en una plaza infectada de invisibles morlacos. Junto a la inimaginable distopía de este año bisiesto, el esperpento de actuaciones, declaraciones y mascarillas; la negación de los muertos y de los más elementales sentimientos para con nuestros seres queridos; el triunfo de la república del cinismo y del «sálvese quien pueda».
Este diario se erige en una suerte de tablado atravesado por las primas donnas y figurantes que hemos podido observar tras todas nuestras ventanas: las ventanas que nos ofrecían las pantallas de nuestros receptores y dispositivos, las que daban a nuestras calles deshabitadas y las que se asomaban, más abiertas que de costumbre, a nuestro interior