El protagonista de este relato no tiene nombre. Tiene otras cosas, no muchas: un cuerpo, un medallón, y mar y tierra por recorrer. Y eso hace: a pie, a la carrera, en autostop, subido a un mástil, remando, siempre hacia el horizonte, al que nunca llega, y vuelta a empezar. Y luego lo cuenta. No todo, solamente lo que cabe aquí: las estrellas en Persépolis, Nepal y el Himalaya, amor en Irlanda, una maratón exultante, decir John Wayne en Turquía, Afganistán, morirse y luego comer unos huevos fritos, el desierto de Egipto, Grecia, la India, un cuartelillo en la Unión Soviética, Suecia, el Amazonas, el cogote de Borges, un héroe feliz en un convento, doce kayaks azules en Portlligat.
Son algunas de las extravagancias que se empujan y se aprietan para caber en el presente aplazado que es este libro de viajes, que es esta carta a un hijo, que son estas memorias en falsa ficción, que es este relato veraz de nadie y de todo el que lo quiera. Como los doce kayaks azules que encontrarás en Portlligat: tuyos, si los quieres.