ECO ve la luz con un único propósito: dejar presencia escrita del grito de descontento del pueblo, mejor dicho, de los sin voz, de aquellos a los que tan solo les es dado el disfrutar del lodo que las sociedades constituidas producen, adornado, además, con las perennes falacias que, desde todos los poderes, les llegan; poderes que, de una forma u otra, manejan los hilos que marcan los distintos caminos que estas han de seguir. Siendo esto así, cosa que está a la vista de todos, a nadie le debe de extrañar que el murmullo de descontento cabalgue sobre el famélico caballo de la impotencia sin que le sea posible encontrar, jamás, un destino redentor donde depositar su pesada
carga.
Esta ha llegado a ECO, dando la impresión de que estuviese provisto de un potente imán que, con su poder de atracción, ha hecho que se deposite en él, no es nada nuevo, no. Los hechos son tan rancios como el propio tiempo, se han producido siempre, independientemente del color o del nombre que se otorgue quienquiera que el poder ejerza; siempre ha sido igual y, por lo que la historia cuenta, han sido muchos y variopintos los encaramados en el puesto de mando. Cierto es que hay cosas que pueden variar y, de hecho, varían de una situación a otra, pero la esencia, el verdadero y justo cambio jamás se produce, ese cambio, los distintos poderes, jamás lo consentirán. Estos, en el poco tiempo que dedican a buscar soluciones, lo único que hacen
es ir poniendo, de vez en cuando, un pequeño parche, para, de esta manera, evitar que el vehículo se pare. El vehículo —sociedad— está compuesto por diferentes piezas. Los sin voz son una de ellas, y, para que siga funcionando, es imprescindible que, aunque sea en unas pésimas condiciones, aunque chirríe para las demás piezas, es imprescindible que aguante. Sin su presencia, sin el rol que tiene asignado, el invento sería imposible que funcionase.