Las raíces del término ecopoesía remiten —desde el griego antiguo oikos— a una «casa de la poesía», o a la poesía en tanto casa. Más ampliamente y a tono con lo que entendemos actualmente, sería la consideración de nuestro planeta, la Tierra, como la «casa» del ser humano.
El imaginario poético emerge de lo simbólico, pero sería imposible afirmar lo anterior si no existiese la naturaleza, la que surte de energía el ambiente y crea la vida, la vegetal, el animal, la humana.
Desde esta perspectiva cabe afirmar que existe una poética del ambiente, del paisaje convertido en sensación vital: todo lo que está presente forma parte del ser consciente, lo que implica capacidad para crear un lenguaje metafórico anclado en el estudio y comprensión de «la casa de la poesía», verificación de la inteligencia que concierne a la preservación de las especies; de allí, entonces, que exista una poética de la inmanencia y trascendencia del paisaje como sustentación del mundo: sin ese paisaje preservado no habría morada poética, no habría espacio del ser, no habría vida. De modo que hay una relación estrecha entre el entorno, el afuera vital y el pensamiento, la creación, la estética, el cuidado del todo que los sentidos conciben como espacio para la existencia.
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