Una tediosa tarde de sábado, Clemente Domínguez, profesor de Química en un instituto de enseñanza secundaria, se encuentra corrigiendo exámenes. A mediodía, ha mantenido una conversación por chat con Marina Martínez, y el recuerdo de dicha conversación junto con el del encontronazo con un capillo de la mafia subliteraria provinciana le impiden concentrarse en tan digna tarea. La imaginación se le desboca y, al tiempo que le afloran los recuerdos, sin pretenderlo, comienza a repasar momentos estelares a los que le ha llevado su afición secreta y casi clandestina: la poesía.
Desfilarán, de este modo, por la novela, una serie de personajes con los que Clemente ha trasegado en el mundillo subliterario: Trepario Retrepa, Tapón Matujillo, Canuto Iscariote, Margarita Follasnovas… Clemente repasa situaciones y sus encuentros y desencuentros con dichos personajes, describe ambientes y pasa revista a los diferentes grupos poéticos que pululan por ese bajo mundo, tan angustioso y carente de sentido como cruel y navajero. La Tiffanys, una cafetería cuyas camareras van ligeras de ropa, constituye el único oasis («su santuario de olvido», como él la llama), donde encuentra la paz y da rienda suelta a su creatividad literaria.
El abuso en la ironía corre parejo al de lo políticamente incorrecto desde el inicio hasta el final de El baboso, una novela atípica donde se airean los bajos fondos de la literatura. El autor pretende hacer pasar un rato distendido al lector y, si fuera posible, más que una sonrisa, arrancarle la carcajada.