El otro día me enrolé en un barco enigmático y colorista, su nombre: «INTEGRACIÓN». Al principio, el mar estaba en calma, y nosotros, marineros de la vida, navegamos indiferentes a los caprichos de una gris y respetable tormenta: la sociedad. Pero un día iluminado, con el sol de fondo, llegó una brisa embriagadora y absorbente con un saquito de nubes de libertad.
Y por fin, una inocente e insospechada voz recién despertada del letargo infantil, abriendo sus ojos por primera vez, gritaba:
«Tierra, tierra a la vista». Era un buen puerto en un buen lugar, quizás inoportuno, pero inevitable, llamado «INCLUSIÓN».