El Club de las Vengadoras no es un club cualquiera. Está integrado por mujeres que han sufrido, de sus respectivas parejas masculinas, humillaciones, vejaciones, daños físicos o morales, en resumen, maltrato de cualquier índole. Evidentemente, los miembros de este club no se han vengado dando besitos a sus exparejas, pero en su descargo hay que reconocer que violencia engendra violencia. Y ellas —pobrecitas mías— solo se han defendido. Para ingresar en el club, es necesario haberse vengado del hombre que las maltrata de una forma incruenta, sin derramamiento de sangre y con pleno conocimiento de la persona a quien va dirigida la venganza de la que ha sido objeto.
Pero demos unas pinceladas de la obra. Beatriz es una mujer que, en su primer intento de ingresar al club, es rechazada como miembro de pleno derecho por no haber cumplido los requisitos exigidos en los estatutos del Club de las Vengadoras.
Sin embargo, en la asamblea constituida al efecto, se acuerda darle una segunda oportunidad. Para ayudar a Beatriz a cumplir su venganza, los miembros del club narran cómo han sido las suyas. Y todas esperan con anhelo y ansiedad que cumpla los requisitos exigidos y sea un miembro más de pleno derecho del Club de las Vengadoras.
Al final de la lectura de una obra, o de la visión de un espectáculo, siempre queda como mínimo un recuerdo, algo que comentar, y sobre todo y en este caso concreto, algo que nunca se debe de practicar…, la violencia de género.