El código del silencio inicia con un clamor desesperado de búsqueda en la red social cuando un padre cree haber encontrado a su hija que abandonó hace más de 47 años y reclama a gritos «acéptame, acéptame, acéptame» al creer encontrarla. Se inicia, entonces, una carrera contra el tiempo en el afán de recuperar sus genes perdidos en medio del arrepentimiento justo en el ocaso de la vida. Después de que ella le acepta, se inicia otra cruzada por lograr la aceptación de su amor, la aceptación de una nueva integrante en su familia, la aceptación de una nueva hermana de la cual, aparentemente, nadie daba cuenta, pero en ese espacio de tiempo se empiezan a tejer infinidad de coincidencias en el entorno familiar donde siempre se supo la verdad, pero se encriptó en un código donde muchos sabían de la existencia de la hija abandonada, aquella inocente criatura que siempre estuvo cerca pero lejos de sus corazones, en medio de un pacto de honor que no permitió compartir tal secreto. Luego viene, tal vez, la fase más dura de la necesidad de perdón por parte no solo de la hija abandonada hacia el padre, sino de todos aquellos que guardaron por décadas el gran secreto. Es en ese momento cuando la hija abandonada abre su corazón y nos da una gran lección de perdón enseñándonos que, en nuestras vidas, muy seguramente, todos necesitamos en algún momento no solo otorgar el perdón sino también recibirlo, pues errare humanum est, entonces la protagonista diseña su propia autoterapia de perdón en un esquema de cuatro fases que pueden servir para todos aquellos que en sus vidas necesiten no solo implorar perdón, sino hacer el ejercicio o acto de piedad más noble del ser humano…, aquel ejercicio de liberación que solo los generosos logran…, aquel ejercicio de valientes que consiste en perdonar los errores de los demás como la única forma de ganar la libertad y el sosiego tanto para el que lo da, como para el que lo recibe.