Si hay momentos de nuestra vida que nos gusta recordar, es porque esos relámpagos de alegría, inolvidables, nos hacen sonreír de felicidad de una manera profunda, única. El resto se olvida.
Los días de juventud son un adorno de colores de la experiencia.
El sonido de la voz de una persona es el reflejo de su ruido interior físico y mental. Todo su tiempo pasado es el mismo tiempo, original, deletéreo, excitante o cruel. Tenemos que aprender
a olvidar no repitiendo mentalmente lo malo vivido, dejándolo desaparecer en un acto rebelde de autoanálisis profundo. A los catorce años –cuando más puramente se sabe de cosas impor
tantes- tuve una novia que me lo aseguró. Por entonces me creía todo lo que decía el amor y no me fue mal del todo. Me dijo: “¡Te doy mi palabra de amor!”. ¡Qué tiempos!