A principios del siglo XX, la señora Teodora Mesa, más conocida como «Dora la Aguadora», fue asesinada en el pueblo de Tacoronte, Tenerife, de forma espeluznante. Las diligencias llevadas a cabo por el juez instructor Carlos Lagos para esclarecer el crimen solo dieron como resultado la nulidad de la investigación, al no encontrar en las tantas pesquisas existentes al autor de los macabros hechos. Ello condujo a que el único procesado, el carnicero del pueblo conocido como Juan Reyes, fuese dejado en libertad por falta de pruebas. Harto de tantas investigaciones sin resultados, Pancho, el hijo de la difunta, optó por tomar la justicia por su mano, cosa que le iba a ser un tanto difícil por no tener ni la más remota idea de quién pudo haber sido el asesino de su madre. Por las cosas del destino, Pancho emigró en busca de mejor vida. El verdadero asesino también emigró, sin saberlo, hacia el mismo lugar que aquel, pero huyendo de la justicia. Meses más tarde se encontraron en Agramonte (Cuba), confesando el malhechor su crimen mientras fanfarroneaba con unos amigos.