2016. La pérdida de su hermano de forma inesperada, compañero de juegos en la infancia y amigo leal en la adultez, sacude los cimientos de su mundo interior. El derecho a mí misma, surge como proceso de sanación en La Gomera, allí donde la autora se refugia buscando al hermano perdido. Lo busca y a veces lo encuentra, o casi siempre; lo ve en los caminos que recorrían, en los juegos infantiles, en las faenas propias del campo que revive una y otra vez: «De la mano van los infantes y no se pierden».
El poemario aglutina dos partes claramente diferenciadas. La primera, «La vida concatenada», presenta situaciones desde una dimensión introspectiva. Este quehacer le sirve como acto liberador: se queja, se lamenta, protesta, agradece, reflexiona. Es el conflicto del ser humano con la vida desde las profundidades de sí mismo y el desencanto en las relaciones humanas que analiza entre líneas.
Una segunda parte, «Gente de la tierra», en la que se evoca el mundo rural que rescata retrotrayéndose al tiempo primigenio que recuerda de primera mano o a través de historias contadas. Los versos de esta parte recrean las faenas propias del campo y se van incorporando palabras del argot campesino, refranes y también frases textuales que rescata de sus conversaciones con la gente de la tierra, «yo duermo donde escurece»; «vidas antiguas, sangre nueva»; «en la vida hay pérdidas y ganancias»; «Ya las mujeres no cantan en esas bandas…». De igual forma, se nombra a algunos personajes habituales del entorno con el íntimo deseo de honrar y de alguna forma perpetuar a todos los hacedores de historias de campo: Guadalupe, Ruperta, las Sotingas, la vieja Garañona…