En esta entrega, Casilda está deshecha tras lo vivido en las últimas semanas, especialmente por la muerte súbita de Juan Salgado. Pide una excedencia laboral para gestionar su duelo y los recuerdos de Juan, volcando su atención en la familia. Es a través de su yaya Julia que descubre cómo una hermana de esta, la tía Rosario, en plena posguerra civil, tomó los hábitos y se dedicó al cuidado de enfermos y desvalidos en un hospital de Mondragón, donde mantenía frecuentes visitas y charlas con el franciscano errante. Todo ello desembocará en un internamiento en ese mismo centro.
En la época actual, el señor Latorre, padre de Casilda, sufre un derrame cerebral. El diario de la tía Rosario y los recuerdos del franciscano revelan episodios estremecedores: electroshocks, lobotomía y su traslado al psiquiátrico de Oña. Por otro lado, su primo Diego, granadino, desea estrechar lazos con la familia, por lo que, de común acuerdo con Casilda, viaja a Madrid. Durante una excursión al santuario de Santa Casilda, en Burgos, ocurre el “milagro”: el señor Latorre mejora de manera sorprendente.
Movidos por el deseo de saber más sobre la tía Rosario, visitan su tumba en el cementerio de Oña, donde entran en contacto con el sepulturero actual, hijo de quien la enterró. Sin embargo, los interrogantes no dejan de aumentar en una historia trepidante, llena de acción y sorpresas.