El rey Juan II de Castilla en su lecho de muerte pidió a Enrique, hijo nacido de su primer matrimonio y sucesor de la corona, que cuidara de sus hermanastros Isabel y Alfonso. Es ahí cuando comienza nuestra historia, narrada en forma omnisciente. La acción transcurre a lo largo del siglo XV, durante el reinado de Enrique IV de Castilla, desde que heredó la corona en el año del Señor 1454 hasta su muerte en el año 1474. En esta época la alta nobleza estaba dividida. Muchos defendían la legitimidad, como sucesores en la línea monárquica, de Alfonso y posteriormente de Isabel frente a Juana «la Beltraneja». Luchaban por conservar sus privilegios, aumentar su poder y mantener un papel predominante en la vida política que les permitiese participar e intervenir en el gobierno del reino. Esta situación provocó pactos, alianzas, intrigas y enfrentamientos entre los distintos bandos nobiliarios y, en consecuencia, generó luchas por conseguir el poder, a pesar de que el rey Enrique IV siempre deseó fervientemente la paz. Aarón, médico judío, se instaló en Segovia cuando el monarca, apodado «el Impotente», casado en segundas nupcias con Juana de Portugal, todavía no había podido engendrar un heredero para la corona. Siguiendo el consejo de su tío Isaac, Aarón se desplazó desde Granada, acompañado por su familia. Todos ellos eran miembros de la saga Swarty, de origen judío, estirpe formada por médicos y comerciantes que tuvieron que convivir en una sociedad medieval en la que se especulaba sobre su destino, circunstancia que les obligó a cambiar su credo religioso para ser bautizados y considerados judíos conversos. Fue una época convulsa marcada por las continuas acusaciones de los cristianos, que no estaban dispuestos a aceptar que los judíos ocuparan los puestos más relevantes de la sociedad y por ello los denunciaban por comportamientos sospechosos de herejía.