El lamento de las montañas se mueve entre la pérdida y la esperanza. La piel como la piedra, la elegía dolorosamente grabada como si fueran runas. Los fantasmas de ayer y hoy, entre la memoria y el vapor que los confunde. La energía vital que no nos abandona. Que siempre estuvo allí, que seguirá estando y que nos acogerá en su seno como las oquedades primigenias de los montes. Envidiable estolidez. Envidiable serenidad que serena. Su lamento no es un canto doloroso. Es un canto de bienvenida. Un coro lírico más anciano que el recuerdo.