Se nos ofrecen en estas páginas toda una serie de recetas típicas de nuestra tierra y de cómo se desarrollaban antaño. Es un análisis diacrónico del estilo de vida de nuestros ancestros establecido a través de la luz de los alimentos elaborados. Pero no sólo se ha detenido la autora en el concreto campo de la gastronomía local, sino que nos ha descrito con especial gracia los elementos externos que coadyuvan a que los resultados sean los que fueron. Especial acierto me parece el dedicar unos apuntes a la relación íntima entre la configuración arquitectónica de las casas y las necesidades de cada familia en virtud de su tipo de alimentación. Diferencias que a veces pasan inadvertidas para el hombre actual nos hablan de cómo la casa del campo (con su imprescindible horno moruno) se adapta a la pequeña granja familiar, o cómo el pescador necesitaba su habitáculo especial para el secado, la conserva o la salazón de los distintos frutos del mar (pulpo, bonito, musina etc.).
Nos habla de la importancia de aspectos habitualmente relegados a un segundo plano como el olor y el color para la correcta valoración de un producto alimenticio. Asimismo, nos habla del papel socialmente cohesionador de un plato de comida frente al aislacionismo que la sociedad moderna está edificando en aras de no sabemos qué tipo de «progreso». La importancia del pan y de los trucos de su elaboración nos dicen que la autora es una experta panadera.
Esther Soto nos habla de cosas como el mar, los dulces de Pascua, las migas, los utensilios de cocina, etc., y lo hace con la sabiduría natural de quien se ha criado entre cacerolas, hornos y pucheros. Es una ciencia que sólo se adquiere en la universidad de la vida tomada con cariño y con el amor a las cosas sencillas.
Francisco José Montalbán Rodríguez