Francisco López Marín, el Quillico, nació en plena República, hijo del Rusia, de familia falangista, y de la «Antoñica de las Barberas», una familia de obreros del campo que vivían explotados y marginados.
Fusilaron al Rusia al poco tiempo de empezar la guerra, y el Quillico tuvo que ponerse a trabajar siendo un niño que ni siquiera había cambiado los dientes de leche para poder sobrevivir. A pesar de las dificultades, de la miseria, de la explotación y del hambre, el Quillico salió adelante con fuerza, formó una gran familia y consiguió todo lo que se propuso gracias a su esfuerzo y su constancia, pero arrastró toda su vida la falta de su padre, nunca dejó de sufrir su pérdida y luchó siempre por mantener su memoria viva en una España que ha hecho del olvido la solución para no tener que enfrentar la verdad. El Quillico representa la historia de tantos y tantas que se están llevando a la tumba la pena de no poder reconciliarse con su pasado, la pena de que ni la historia ni el tiempo les dé justicia a los suyos y que no verán a nadie pedir perdón por el daño irreparable que el fascismo hizo en sus vidas. El Quillico murió sin poder enterrar a su padre dignamente y, como él, miles de españolas y españoles a quienes debemos rendir el homenaje que las instituciones, los políticos, y ni siquiera la historia, contada por unos pocos, les rinde. España está llena de quillicos y quillicas, y el país tiene una deuda moral con ellos y ellas.