El lector tiene entre sus manos la segunda entrega poética del autor, que continúa a Donde el viento me lleve. Ya en su primer libro se apuntaban los temas y maneras que ahora encuentran en este más amplio desarrollo y depuración. Siguen presentes algunos de los motivos que desde el primer momento lo inspiraron, los temas eternos de la poesía que atrajeron a los poetas a lo largo del tiempo. Un conjunto de poesías versa sobre las variantes del sentimiento amoroso: sus fulgores, las emociones (vividas y soñadas), el dolor de la ausencia, el afán de plenitud y eternidad, la «figura» y la «presencia» de la amada, la nostalgia, el continuo renacimiento. La naturaleza, a través de sus símbolos permanentes, ocupa también un copioso ramillete de versos en los que las evocaciones de la memoria se entrelazan con la emoción en el mundo interior del poeta, poblado de recuerdos y melancolías de las vivencias y de los espacios que identifican una vida.
A estos dos grandes vectores temáticos se suma, como en la primera entrega, un culto a algunos de los lugares e imágenes de la infancia y juventud, que mueven buena parte del impulso poético. Y en general, a esos mismos móviles –el sentimiento, el sueño, el recuerdo– responde otra pequeña muestra de poemas, en forma de «envíos» familiares en los que los retratos expresan las raíces y la historia sentimental del poeta. A este mismo paisaje afectivo y trayectoria vital pertenecen unos cuantos aires y canciones de corte popular. Pero entre lo que más destaca de esta nueva entrega se encuentra la exhibición técnica, manifestada en una amplia variedad de formas métricas, desde la tradición popular a la culta, a través de la cual el poeta canaliza con maestría el contenido de su corazón y su pulsión poética.