Daniel entra en el seno de la Iglesia a la edad de trece años. El seminario es su mundo; lo único que conoce. La enseñanza recibida por sus profesores teólogos es para tenerle prendido a la mano de Dios, y que este lo conduzca por la vereda de la salvación. Es el bagaje recibido por sus estudios y que porta con alegría, obviando que hay otro mundo exterior que, aun sabiéndolo, no quiere experimentar.En plena juventud, es párroco de la primera iglesia encomendada, vive por y para ella; su negra indumentaria es su refugio para cumplir sus votos de sumisión y su dedicación plena al servicio de sus feligreses. Es un alma de Dios, vive para favorecer a los demás y eso le hace cómplice del cielo. Pero en las clases evangélicas que imparte, una joven que acaba de abandonar la grácil adolescencia queda prendada de la voz y de las facciones del párroco. La delicada mirada de la joven perturba a Daniel, y este, sin razonarlo, ve en su imagen la virginidad, el pudor, la castidad, y empieza a sentir hacia ella un embrujo celestial —la compara con la inmaculada Madonna—; la idealiza, la pone sobre un pedestal transparente sin mácula nimbada de pureza; casi la venera. Extrañas sensaciones producen en el párroco una atracción hacia ella. María no conoce el mundo por su inexperta juventud, pero palpita en su presencia; él se inhibe por su impuesta clausura. Entre ellos se desarrolla un embrión de pureza que va tomando forma. El diablo intenta doblegar sus debilidades, pero a pesar de su poder para inducir a pecar, no lo consigue. Daniel empieza a sentir una lucha; una batalla interior entre la esencia del espíritu y la debilidad de la carne. Su constante entrega a los demás es una buena maleta para el último viaje. Sabe que muchos santos han caído en el abismo del placer, pero Dios, en su amor a la humanidad, los perdona y los juzga por sus actos y no por esos momentos de complacencia que la naturaleza regala, para poder paliar el penitente paso que entre luces y sombras se encauza la vida. Daniel y María viven inmersos en un amor conventual, temiendo ambos que se abran las puertas que clausuran sus sentimientos. Pasará mucho tiempo para llegar a sincerarse. Dicen los salmos que solo los puros y exentos de maldad heredarán la tierra y vivirán eternamente en ella; aunque la pureza es difícil de comprender y sobre todo de transmitir, por no decir imposible. Los acontecimientos son impredecibles. Vistiendo la sotana del siervo de Dios se puede comprender y sentir la indeleble sumisión a su ministerio, y levantarse de sus caídas y enderezarse de nuevo para no perder el «Camino»; el que constantemente Dios le va trazando.