Pedir cuentas a terceros, por los actos de segundos, te impedirá siempre ser la primera, no enfoques nunca la culpa hacia quien también fue víctima, todos, en un momento u otro, hemos sido culpables, hemos sido víctimas, y hemos sido verdugos, negarlo nos puede llevar al engaño de creernos dioses, y los dioses también caen.
¿Cuántas mentiras caben en una vida? ¿Cuántos secretos se llevan los que parten a la eternidad? ¿Cuánto nos puede cambiar la existencia el desconocimiento de
la verdad?
Una historia en blanco y negro. Un misterio que quedó sin resolver. Un secreto llevado hasta las últimas consecuencias. Una intuición dispuesta a convertirse en certeza. El perfume del laurel se adentra en las entrañas de una familia, los Ocaña, a la que la Guerra Civil partió en dos. El azar decidió el recorrido de unos personajes que deambulan con sentimientos encontrados. El odio frente al perdón, el olvido frente al recuerdo. Para, lentamente, dar color al presente.
Mentiras manipuladas por egoísmos. Elisa y Caridad, mostrando el camino a las suyas, para que sigan el recorrido que ellas abrieron. Blanca, Salomé, Ángela
y Genoveva, cada una con su soledad a cuestas, encargadas de absolver los pecados de las que las precedieron, para así intentar enmendar los errores propios.
Un cortijo que será el eje central de una novela en la que se ponen en valor los abrazos, las miradas, la comprensión y las pérdidas. Partidas y reencuentros. El
perfume del laurel acaricia un duro pasado y lo transmuta en un suave presente.
Una historia moteada de sufrimientos personales superados gracias a la acogida de las iguales. Olvidar reproches para continuar con la calma de la aceptación
de lo que se ha vivido.
Todo el mundo habla del dolor de las víctimas visibles, y olvidan que, muchas veces, hay otras víctimas, las silenciosas, las que llevarán, para siempre, el estigma de haber criado a una persona capaz de herir a un ser más débil, y que esas víctimas silenciosas se ven desposeídas del amor que se les quedó dentro con las partidas…