«Como bien sabe usted, toda mi familia siempre han sido cacharreros y alfareros…, la cerámica la llevo en las venas». (Pedro de la Cal)
«Con camisa blanca con las mangas arremangadas por encima del codo y pantalón negro. Ni caído ni subido, sino en su sitio. La juventud imperaba en todo su cuerpo, alardeando de belleza». (Rafael)
Noviembre de 1941. La Segunda Guerra Mundial asola Europa y la posguerra española discurre entre miseria y pobreza. Dos poblaciones toledanas —Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo—continúan con su tradición cerámica y alfarera. A través de los ojos jóvenes de Rafael, pintor de cerámica, conoceremos en primera persona la comunión de ambas cerámicas, a través de dos figuras de primer orden, Francisco Arroyo Santamaría (Talavera), yerno de Juan Ruiz de Luna, y Pedro de la Cal Rubio (Puente), en un momento real (1941-1943). Rafael se trasladará a Puente, a la fábrica de Santa Catalina, llamada por su maestro. Vivirá amistades, peligros, lealtades, sexo, amor, envidias y tristezas, primero en esta población rural y posteriormente en Madrid. La vida continúa en el alfar mientras la música de orquesta se oye en la verbena de la plaza en las fiestas de San Juan; y en Madrid, en plena Gran Vía, el teatro Coliseo estrena la zarzuela Loza Lozana de Guerrero, Romero y Fernández-Shaw, creada en la fábrica de D. Pedro de la Cal.