El romántico del río Hudson, con rendida admiración incluida, encierra la intención de ser partícipe de un sentido homenaje. Un merecido reconocimiento que pretende ser lo más explícito posible en clara referencia a la capacidad narrativa del escritor estadounidense Washington Irving. Un literato que soñaba con las innumerables aventuras que, de forma natural o de manera comprometida, surgían e iban sucediéndose, sin solución de continuidad, en la ciudad en la que la magia y el encanto suelen campar a sus anchas.
De hecho, una vez instalado en sus aposentos de la Alhambra, no solo decide imaginar, sino también
revivir, a su modo, tanto el esplendor nazarí como el drama romántico que supuso la conquista cristiana
de Granada, fuertemente idealizada y especialmente adornada por sus fantásticas leyendas.
Washington Irving, el diplomático romántico que con una exquisita elegancia, personal y escritora,
consiguió trasladar sus sueños desde las orillas del río Hudson neoyorquino hasta el valle de Valparaíso del río Darro granadino.