Katja Kley —protagonista de la novela La mirada de Katja— abandona temporalmente Valencia y regresa a su ciudad natal, en Alemania, para hacerse cargo de su sobrino Johann, niño al que Josefine deja huérfano minutos después de nacer. Instalado en España desde sus cinco años, Johann va constatando poco a poco su «singularidad» y descubriendo que, en cada una de las generaciones que lo precedieron, siempre ha habido un Kley, con esa misma capacidad especial de comunicación no verbal. La impronta familiar que dejó Wilhelm, su abuelo materno, y las dudas sobre su fallecimiento en el frente durante el largo asedio que sufrió la ciudad de Leningrado, hizo nacer en él la inquebrantable determinación de ofrecer a su madre el resultado de la dura investigación en la que se embarcaría a fin de esclarecer el verdadero final del admirado abuelo. Irina Kolzova, una jovencita de San Petersburgo con la que coincide en la universidad de Maguncia y de la que se enamora a primera vista, le facilitará extraordinariamente el acercamiento a su objetivo. Sin embargo, tras años de duro trabajo y a pesar del enorme esfuerzo que le supuso, la sorprendente realidad que descubre hace replantearse a Johann su objetivo inicial.