En nuestra cultura latina, a los sacerdotes y pastores los subimos a un pedestal porque nos dijeron que ellos son los representantes de Dios en esta tierra. Lo creímos ciegamente sin darnos cuenta de la humanidad que esconden bajo su sotana. El silencio de un grito narra la vida de dos hermanos que siguen caminos muy distintos; aunque los une la misma sangre, los conecta también un secreto que habían prometido llevárselo a la tumba, hasta que las circunstancias, y una traición, obligaron que la verdad emergiese abruptamente. Es en este momento
cuando surge un protagonista que había estado aparentemente dormido por años o que había sabido escabullirse con la máscara del hombre piadoso.
El hermano menor vive una vida normal dentro de los cánones establecidos por la sociedad, con todos sus defectos y virtudes. El otro, en cambio, es un sacerdote que se presenta ante sus parroquianos con un halo de cuasisantidad, encubriendo su verdadera identidad tras la investidura que lo protege.
El silencio de un grito significa una aportación a la psicología existencial humanista. Consiste, en su muestra, en la deconstrucción de excesos semánticos para construir un sentido propio, expresado literariamente al centrar al protagonista no como víctima, sino como persona que se descubre a sí misma y en relación con las restantes personas, grupos y relaciones sociales.