Silvia Fábregas, licenciada en Psicología y cuya vocación se ha visto frustrada por la precariedad y las exigencias del mercado laboral, cree encontrar una suculenta oferta en el anuncio de un periódico. Sólo tiene que desplazarse a un pueblo de las afueras de Madrid para trabajar para una anciana. A cambio de un sueldo jugoso y de convivir en calidad de interina junto a otros dos empleados más, Silvia Fábregas tendrá que leer para la propietaria de Casa Granadilla. El trabajo es, a simple vista, sencillo y agradable, pero pronto la joven se enfrentará al caprichoso, voluble e insondable carácter de la anciana: Julia Arjona, postrada en una silla de ruedas a causa de la artrosis. La anciana, presa de frecuentes dolores de cabeza y hostigada por una inquietante fotosensibilidad, le mostrará una serie de normas rígidas y excéntricas. Entre esas reglas hay una esencial: no traspasar los cuartos cerrados.
La anciana propietaria, quejicosa y a menudo díscola y huraña, establecerá una relación de confianza con la joven, a quien no dudará en narrar su compleja biografía: desde su desdichada y singular infancia hasta sus gloriosos días en Londres, donde había llegado a convertirse en una afamada escritora. Junto con la desconcertante Julia Arjona, la joven convive en la casa con el misterio de extraños eventos que acontecen tan pronto como la noche oscurece las estancias de la casa, con la penetrante y untuosa oscuridad de los pasillos, con el gélido susurro del viento, y con dos empleados más; Félix y Jacinta. Mientras que el primero es un hombre solitario y arisco, que rehúye la compañía de Silvia Fábregas; la segunda, es una mujer cordial que no duda en mostrar toda su afabilidad y encanto a la joven lectora.
Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, a Silvia comenzarán a asolarle las dudas. A menudo sorprende a los empleados en conversaciones entre susurros, donde parecen recriminarse hechos que la joven ignora. La actitud que muestran comenzará a levantar sospechas en ella; la casa y sus habitantes parecen estar plagados de incógnitas. Demasiados enigmas estimulan la curiosidad de Silvia; el comportamiento de aquellos seres que conviven con ella, la extraña desaparición del felino de Julia Arjona, pero sobre todo una habitación sellada cuya significación le aturde: ¿qué es lo que esconde para que la entrada en ella le esté absolutamente vedada? Silvia acabará descubriendo que sólo parece haber una única verdad: en Casa Granadilla nada ni nadie es lo que parece.