El año 920, tras once años de ministerio episcopal en la sede astorgana, volvió Genadio al corazón de la Tebaida, dispuesto a hacer vida parcialmente eremítica en el valle de Silencio. Como gesto de total desprendimiento, repartió previamente todas sus pertenencias entre los cuatro oratorios que había construido a los pies de los montes Aquilianos: San Pedro, San Andrés, Santiago y Santo Tomé. Este es el contenido central del testamento de San Genadio. A diferencia de nuestros testamentos modernos, que solo se ejecutan tras la muerte del testador, el de Genadio entró en vigor inmediatamente después de ser firmado por él y confirmado por los reyes de León, Ordoño II y su esposa Elvira. Aparte del reparto de bienes, nos ofrece Genadio un pequeño resumen de su vida, toda ella marcada por un intenso y constante anhelo de silencio y soledad, hasta el punto de que, en expresión suya, incluso durante los años que ocupó la sede astorgana, “no estaba ni con el cuerpo plenamente allí”.