La razón sin emoción es absurda, la emoción sin razón, peligrosa. Desde el nacimiento hasta la muerte tenemos una constante necesidad: comunicarnos. La profesionalización del mediador pasa por conocer el arte de hacer más positiva y beneficiosa dicha comunicación. Los descubrimientos de las neurociencias y la psicología científica nos ponen ante el desafío de aprender a utilizar nuestro lenguaje como una herramienta facilitadora del diálogo, entre las personas, e incentivar el cambio hacia mayores cotas de bienestar, en el contexto de los sistemas de resolución pacífica de conflictos.
La mediación emerge como urgencia social en nuestros días. Tendencias culturales de desigualdad, ambiciones armamentísticas e ignorancia de sus bondades o de su técnica constituyen sus amenazas. Entre sus fortalezas, contamos con el buen hacer del mediador y la difusión de su oportunidad. Para ambas cosas, el modelo aquí propuesto resalta la importancia de estudiar, con la máxima competencia intelectual y apertura de corazón, cómo hablar y cómo escuchar a nuestros semejantes: palabra, tono, gesto, silencio y actitud son nuestro medio de diferenciación profesional, al tiempo que constituyen nuestra aportación en la comunidad constructora de paz en el planeta.