Ellas plural, él singular… es una novela que nos describe la constante e incansable búsqueda de la belleza por parte de todos los seres humanos y que lo imprescindible para localizarla es descartar prejuicios y abrazar la libertad, dejar de ver para comenzar a mirar. En cualquier forma, elemento o soporte, la belleza es vida y localizarla concluye en la felicidad. Esa felicidad puede ser imperecedera o momentánea, pero, en cualquier caso, felicidad. Desde pequeñas, a Cayetana y a sus cuatro hermanas, les inculcaron el amor por las seis bellas artes: la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la literatura y la danza.
Sus padres eran unos auténticos apasionados de todas ellas y se esforzaron por lograr de sus hijas la misma pasión. Pero Cayetana solo sentía fascinación por el séptimo arte. En su empeño por infundirles admiración hacia las artes, les revelaron que era posible localizar la belleza en cualquier forma, viva o inerte, conocida o no reconocida, y que para lograrlo simplemente bastaba con una mirada libre porque la belleza reside en la libertad. Les enseñaron que para conseguir esa libertad era imprescindible realizar un análisis previo y conciso de su alma porque la belleza está en el interior, pero en el interior del que mira. Tras realizar ese análisis, debían eliminar los elementos castrantes que encontraran, como la mentira o la hipocresía y, por el contrario, conservar los elementos que les planteasen inquietudes, interrogantes y ganas de avanzar. Sin embargo, la inseguridad y la cobardía dominaban a Cayetana. El viaje a la Mostra de Venecia, en el año del centenario del cinematógrafo, supuso un cambio radical para ella. Cayetana en Venecia se liberó, dejó de ver y comenzó a mirar.