Bruno, obsesionado con la actriz Marlene Dietrich, a raíz de un encuentro imprevisto en época infantil, se codea con un joven que le hablará de Waldo, casualmente, amigo de la artista alemana en su juventud. Ambos se movían en los casinos y cabarés de Las Vegas y Broadway. Varios capítulos son escritos del propio Waldo, en primera persona, dando a conocer él mismo su trayectoria. Actualmente, disfruta de sus últimos años en Madagascar con una antigua amiga francesa, su petite vedette. Bruno se lanza en su búsqueda por Madagascar, intentando indagar más y más sobre la ya fallecida Marlene. Sufre, en carne propia, los difíciles trayectos por la isla, con carreteras abandonadas y en medios de transporte locales, atestados de gente local que viaja con las incomodidades otorgadas por la explotación y la pobreza. Desde Antananarivo sube a Mahajanga y, de ahí, a Antsiranana. Conoce el norte de la isla y la gran bahía que acogió a la idílica república pirata de Libertalia y se aventura por la isla de Nosy Be hasta localizar a Waldo y a su petite vedette. Una vez encontrados, liberado Bruno ya de la obsesión por el Ángel Azul —como fue conocida Marlene— gracias a la originalidad y familiaridad del veterano artista, a su naturalidad y su manera de vivir, decide lanzarse a recorrer África continental. Para ello, atraviesa en barco el canal de Mozambique. Aviva y fomenta, así, su pasión por África.