¿Cuánto de peligroso es crear historias y hacerlas reales basándolas en supuestos
sin confirmar?
«Me llamo Ana, soy madre, abuela y compañera. Se instaló en mi mente la hoguera de los avernos, me dejé poseer con un simple suspiro. Descendí a los infernos y supe cuánto podía quemar el aliento de Satán. Renací, respiré y ascendí… Todo fue el resultado de creerme en posesión de verdades que fui creando a mi imagen y semejanza, olvidando que, a veces, nada es lo que parece. He descubierto que sospechar, dudar e imaginar puede ser tan destructivo como la enfermedad de los celos o de la envidia. Y, sobre todo, después de unos años, comprendí que no soy nadie para juzgar lo que yo también viví. He aceptado que los pecados propios quedan absueltos, por mucha gravedad que carguen, y que los pecados ajenos siempre serán vigas al lado de nuestras pajas en esos ojos que, la mayoría de las veces, solo ven aquello que quieren ver… Me guste o no, he admitido que el destino, aunque los escépticos me lo nieguen, juega una partida en la que siempre sale victorioso».
sin confirmar?
«Me llamo Ana, soy madre, abuela y compañera. Se instaló en mi mente la hoguera de los avernos, me dejé poseer con un simple suspiro. Descendí a los infernos y supe cuánto podía quemar el aliento de Satán. Renací, respiré y ascendí… Todo fue el resultado de creerme en posesión de verdades que fui creando a mi imagen y semejanza, olvidando que, a veces, nada es lo que parece. He descubierto que sospechar, dudar e imaginar puede ser tan destructivo como la enfermedad de los celos o de la envidia. Y, sobre todo, después de unos años, comprendí que no soy nadie para juzgar lo que yo también viví. He aceptado que los pecados propios quedan absueltos, por mucha gravedad que carguen, y que los pecados ajenos siempre serán vigas al lado de nuestras pajas en esos ojos que, la mayoría de las veces, solo ven aquello que quieren ver… Me guste o no, he admitido que el destino, aunque los escépticos me lo nieguen, juega una partida en la que siempre sale victorioso».