Amelia y Grégor, dos jóvenes indigentes de diecisiete años, deambulan por las noches buscando comida en los contenedores de la ciudad, ajenos a la vorágine que les tocará vivir. Durante once años, los dos han convivido en el mismo centro de acogida sin saber cómo habían llegado allí, sin conocer sus orígenes. Desde que fueron expulsados del orfanato, su hogar ha sido un pequeño edificio medio derrumbado por un árbol en una antigua fábrica de fundición de metales.
Grégor tiene pesadillas; sueña que tiene seis años de edad, vive en un castillo medieval y juega con su amigo Dranzís: un joven dragón de tiempo capaz de volar a otros mundos, a otras épocas, y hablar con los humanos. A veces, sus sueños son tan claros que él cree que son recuerdos. Amelia, por el contrario, no cree en los dragones y no tiene sueños tan hermosos como su amigo, sino desagradables recuerdos de un lugar sombrío en donde su madre ahuyentaba a las ratas a escobazos y comía en un tazón de madera.
La súbita llegada de Dranzís ante ellos, convertido en un magnífico dragón adulto con escamas plateadas, cambiará la miserable vida de ambos.
En tierras de Héissenmin, descubrirán sus verdaderas identidades.