Larralla. Un pueblo del pasado más reciente, ubicado muy cerca de la línea de la imaginación, aún no ha sido olvidado por el viento. Sus calles necesitan brisas de esperanza, pues casi todo allí parece haberse quedado estancado. Deterioro y un índice elevado de pobreza son sus signos vitales.
Santiago Nadiés. Un hombre golpeado por el infortunio, amontona en sus espaldas el peso del sufrimiento; pero hay sueños por los que seguir adelante, los de su padre, que adopta como propios cuando el sopor de la rutina lo tiene sumido en la cadencia insulsa de «lo mismo de siempre». Por eso, decide volver a Laralla, donde le espera la infancia junto a sus recuerdos; y también, el desafío de tratar de aliviar la necesidad y el pesar ajeno.
Un pueblo. Un joven. Así se vuelven a dar la mano en una historia en la que la ilusión y la decepción, el apoyo y la crítica, el ánimo y el conflicto, el sacrificio y la conveniencia, el desinterés y la doblez, la amistad y la conspiración, son el compendio de vicisitudes que comprenden lo que hay entre la vida y la muerte.
En esta novela asistimos a un escenario del ayer, y toda ella se engarza para llevarnos a una reflexión sobre la importancia de la toma de decisiones en un mundo donde se cuecen las sospechas, dejando vasos llenos de malos tragos; pero necesarias, al fin y al cabo, cuando se realizan en aras de que vientos favorables vengan aliviando el dolor.