Una fría madrugada del mes de enero de 1934 fallece, en el pequeño pueblo de Dragonte, José González padre, dejando a su familia sumida en una lacerante precariedad económica. Por ello, su viuda, Encarnación, decide enviar a la pequeña Felicitas a servir a Barcelona, donde se encuentra desde años atrás la hija mayor del matrimonio. La chiquilla se resiste a abandonar a los suyos y tanto los preparativos de su marcha como la despedida planean de forma traumática en el ambiente, acrecentando aún más, si cabe, el sufrimiento de toda la familia.
La piedra angular y la tabla de salvación a la que todos se agarran para no ahogarse en ese mar de turbulencias es siempre la abuela, la anciana Casilda Castañeiras.
El pueblo está fraccionado entre los afines al párroco y los que no comulgan con sus creencias, como el
rebelde de Evaristo, que es, precisamente, hijo del sacristán.
Durante ese curso escolar, el maestro del pueblo es un encantador joven zamorano de familia adinerada, Ramiro Guerrero, que se enamora de una de las jóvenes lugareñas, Soledad.
Las vidas de Evaristo y su novia, Rosa, la de Corullón, se ven continuamente entremezcladas con las de Raúl Vidal, un truhan itinerante natural de Porcarizas, y de su protegida, Luisa, que tiene que escapar de Sobradelo para huir de su violador, Marcelino Sotelo. Miseria, inconformismo, lascivia y pureza enfrentadas, prepotencia y sumisión, todo ello desarrollado cual torbellino en el incomparable marco entre Dragonte y Villafranca del Bierzo.
La remembranza de los tiempos no tan lejanos en que las aldeas de montaña bullían de vida y la gente
luchaba sin reparos por la justicia, la libertad y, ante todo, por sobrevivir.