Dentro de la filosofía española, la figura de María Zambrano es de una relevancia excepcional. Desde un claro vínculo con las formas de entusiasmo político que emergen con la Segunda República, Zambrano supo evolucionar hacia una teoría de la política que rechaza toda dimensión sacrificial y que escapa a los dilemas de la instrumentalización del ser humano por parte del poder. Así supo dotar al pensamiento político de una radicalidad crítica de todas aquellas instancias que pueden imponer sacrificio, dar y producir muerte. Cercana a los planteamientos políticos del grupo Acephale de París, en contacto con Caillois, lectora de Bataille, pensadora en la senda de Heidegger, Zambrano ha dirigido su pensamiento contra toda teología política del representante y en su inspiración gnóstica ha puesto en pie una filosofía política de la negatividad del poder como única forma de mantener los vínculos de una comunidad de iguales. Además, observadora de los procesos de construcción europea, Zambrano ha pensado como pocos lo que desde Europa se puede brindar como pensamiento político ajeno a las estrategias de hegemonía y de construcción imperial, y se ha empeñado en garantizar la posibilidad de transmitir y depurar lo que pueda entenderse como el alma de Europa en un momento histórico decisivo para su visibilidad como gran espacio mundial.