En cualquier contexto cultural existe una tradición de prácticas espirituales que se centran en alguna forma de interacción profunda con una entidad superior. Esto es particularmente evidente en momentos de estrés personal y de crisis, como el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades. Y el cáncer, como enfermedad grave, potencialmente amenazante de la vida, ocasiona con frecuencia un proceso personal activo de comunicación con un poder espiritual superior.