Toda desgracia seguía acumulando tragedias, el cuento de máscaras callejeras y despedidas solitarias se había convertido en la nana de todas las noches. Nuevo año, misma vida, mismo dolor vagabundeando entre nuestra tierra, la de la prisa y la de la vida, el sonido a terraza y el olor a tóxico en algunos rincones de la ciudad.
Vagabundos multimillonarios alimentando sus carencias a las ocho de la tarde, alcohólicos menores que ahogan sus penas en cinco cervezas al día para llegar a casa y esconderse en su refugio vital, donde desprender toda máscara matutina que su espalda le obligó a tejer, señoras de bicicleta tardía y perros nocturnos que solo sa-ben mear a las cinco de la madrugada.
Pero el año de la desgracia no tiene piedad al dolor, la norma es impuesta y el pueblo obedece, la gente agoniza sus últimos lamentos y los hombres de bata blanca siguen quebrando sus ojos desprendiendo ante sus ojos millones de vidas carbonizadas frente su pecho. Y así empieza la nueva década de desgracias planetarias, en donde tan solo nos queda dormir, vivir, follar y reír, ocultando toda carcajada entre telas y pañuelos, y así seguiremos, observando que al cronómetro diario le falta media infinitud. Y con ello estimología nació sin piedad al dolor, convirtiendo cenizas en troncos alisados, tinta mojada de whisky y algún que otro cenicero quebrado.