Si parangonamos los retos que soportó la condesa Alina con los de su hija Leonor de Guzmán, tras obligarle las circunstancias insoportables del nuevo comendador de la zona manchega, don Juan de Haro, «el Tuerto», si no accedía a participar en lo libidinoso de su conducta con peores modales que su pariente el rey Fernando IV el Emplazado, la diferencia es abismal, en cuanto se pudo liberar la joven Leonor de su madrastra, doña Pilar Ponce de León.
A la condesa Alina le cambió la vida en lo que se tarda en dilucidar una situación anómala sin opciones a conservar la independencia, como le podía haber sucedido a cualquiera de sus compañeras de colegio.
No obstante, consiguió influenciar a su hija Leonor de Guzmán para marcar los tiempos de decaimiento total de la reina doña María de Portugal, esposa del rey Alfonso XI de Castilla y León.
La joven Leonor, en la que recaería la responsabilidad de romper las estructuras dinásticas de los Borgoña, se sentía inoperante por falta de medios para incorporarse al servicio de su gran amigo de la infancia el rey Alfonso XI, tras la muerte de su abuela la reina María de Molina.
Durante el encuentro amañado por Leonor y el modisto amigo de sus majestades, resurgió lo que tanto anhelaban en la infancia tras los encuentros en el Palacio Real programados por su abuela la reina María de Molina.
La reina María consorte fue ignorada por su esposo y la Corte del Palacio Real hasta que murió el rey, contagiado de la peste negra en el peñón de Gibraltar.
Leonor de Guzmán fue detenida y encarcelada en el trayecto de las pompas fúnebres para caer sobre ella el peso de la ley en venganza de la reina María.