De haber tenido que escoger, entre mis conocimientos de la época, a alguien para que protagonizase las peripecias vividas por el personaje central de este libro, la última persona en quien hubiese pensado era Abdelkebir Gandoul.
No se trata de poder participar o no en aventuras extraordinarias, pero el Gandoul que yo conocí —y con el que trabajé durante tres años— no me pareció, por el tipo de ocupación que desempeñó en su anterior empleo y la vida perfectamente estructurada en la que se desenvolvía, la persona capaz de pasar por todas las vicisitudes que poblaron su existencia desde el día en que, literalmente, todo su mundo se vino abajo hasta el momento en que comenzó su andadura laboral entre nosotros. Fue solo entonces cuando pudo instalarse en una realidad cotidiana más acorde con su personalidad y llevar una existencia amable, sin que le pasaran factura las complicadas situaciones vividas hasta entonces.
Cuando, después de muchos años sin tener noticias suyas, pude hablar con él y me dio a conocer detalles de su historia y de cómo se enfrentó a las duras peripecias a las que se vio sometido, hube de reafirmarme en la impresión que había tenido tiempo atrás, cuando trabajé con él: son las personas como Gandoul quienes te reconcilian con el género humano.