Los sublevados contra la República, entre los que el general Franco era uno más, se enteraron por la BBC de que habían detenido a Federico García Lorca, y algún mando no identificado envió al Gobierno Militar de Granada un teletipo ordenando que “Al poeta, ni tocarlo”. Pero cuando llegó a la ciudad, García Lorca había sido ya fusilado. El Gobernador Militar, Antonio González Espinosa, hombre de confianza de Queipo de Llano y enviado por él a Granada como cabeza máxima local, se dio cuenta de que un subordinado suyo, Nicolás Velasco Simarro, teniente coronel retirado de la Guardia Civil y “segundo” del comandante Valdés en el Gobierno Civil ocupado por los golpistas, había sido responsable de esa muerte en contra de la orden recibida. Su reacción entonces fue intentar remediar lo irremediable, y devolver el cuerpo del escritor a sus padres, obligándoles a estar presentes cuando lo desenterraron, trágico momento que, de forma sorprendente, sus herederos actuales siguen encubriendo. Pero justamente por saber que estaba en juego su carrera como militar, el Gobernador les dio la orden de que guardaran el máximo secreto, sobre todo en tiempos del golpe de Estado en marcha. Y ese secreto aún dura, pese a todo.