Poco o casi nada puedo decir, no me queda más que ceñirme a las imágenes
y símbolos con los que mi mente representa a Jesús. Lo llamo Creador, Dios.
Aunque también podría eludir nombrarlo, porque es inconcebible para mi mente finita y limitada, sujeta al tiempo.
En estos poemas muestro cómo la persona de Jesús, el Cristo, ha llegado a mí, para habitar en mí. Tengo que dar testimonio, es la única manera de expresar el gozo, que me desborda; la dicha infinita por sentirme amado, de manera incondicional.
Mi vida no tenía sentido. Estaba completamente perdido en un mundo vacío,
sin colores, sin relieves, sin amor; en una mente embotada, sin esperanza,
a oscuras. Algo de alivio encontraba en escribir tantos poemas, donde volcaba el malestar que me invadía. Pero, sin apenas darme cuenta, entre mis poemas, se fue desvelando el amor; comprendí que la Palabra es el Verbo: Jesucristo.
Cuando quise darme cuenta, me hallaba en sus brazos, como un niño recién
nacido, reflejado en su infinitud, envuelto por su amor incondicional, más allá del tiempo o el espacio.
Doy las gracias a quien me salvó de la muerte.
Sirvan estos poemas para adorar a Jesucristo,
a quien es por sí mismo.