Si en la sinopsis de Castillos en el aire se mencionaba “procesos de escritura”, en Gran Hotel se podría hablar de lugares alternativos, lugares estratégicos debidamente focalizados para aportar su polifonía de voces, su fonética y tonalidad. Porque también la memoria tiene su analogía de lecturas y prosodias, de personajes que habitan en el hotel de las palabras.
Poesía curtida según Rogelio Guedea en un realismo reflexivo de contenidos filosóficos y de resultados aforísticos, la recurrencia al mundo clásico de Grecia y Roma supone la incursión de José Luis Amaro, mediante el método mítico, en un nuevo escenario. Y con su anclaje en el dato y la referencia, una técnica ya utilizada antes en otros libros del autor, se visualiza de forma clara uno de los perfiles de su escritura, mientras la disposición silábica y el despliegue de sugerencias (algún destello de Blake de vez en cuando) tratan de cautivar la mente del lector.
En el uso cordial de la palabra, la presencia constante de compañeros de viaje, como el caso de Walter Benjamin, como el caso de Auden, como el caso de Louis MacNeice, nos recuerda que su poesía, la poesía del amigo imaginario, tiene en el diálogo, ya sea con la segunda persona o ante un invisible auditorio, uno de sus firmes resortes. Pero “preguntas discretas/como pisadas sobre una alfombra”, una vez más, y como diría Amaro, estamos ante una proposición deseable: I am your business voice (soy tu voz profesional). El conduttore nos hace señas desde la sombra.
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En Gran Hotel, Amaro emprende un viaje de la poética de lo explícito a la poética de lo alusivo, empleando el método mítico como “living tradition” (tradición viva)” . Y en este acorde de pasado cultural con presente histórico, reside una de las sugerentes propuestas reflexivas de esta poesía que no deja indiferente al lector.
Francisco Benito