Un problema solo fugazmente alcanza auténtica plenitud en nuestra vida. En ese soberano estado, dura lo que una chispa, un leve instante lúcido que se aferra con rapidez de nuevo a la sombra. Y el espíritu que lo percibe se ve obligado a grabarlo con idéntica presteza, y, por consiguiente, excesiva deficiencia, sobre la primera superficie que halle. De otra manera, olvidará la luz y vivirá ciego.