La noche de 11 de julio de 2010, 3.000 españoles olvidaron que eran seguidores del Real Madrid, del Barça o de cualquier otro club para animar a España. Viajaron hasta Sudáfrica para dejarse el alma por su selección de fútbol. En palabras de Daniel Ribóo, uno de los aficionados que acudió al Mundial: “Mi irresponsabilidad me hizo perder algunas oportunidades de trabajo, provocó el enfado de mi novia y cavó un buen agujero en mi cuenta corriente. Pero no me arrepiento de nada, todo lo anterior tiene remedio. A cambio, pasé uno de los mejores meses de mi vida recorriendo un país espectacular, conociendo a gente maravillosa que no olvidaré y acompañando a La Roja desde el gatillazo inicial con Suiza hasta el orgasmo final ante Holanda”.
La tensión del partido la canalizaron en gritos y lágrimas cuando Andrés Iniesta metió aquel gol histórico. Muchos reaccionaron como Fernando Aranguren: “En ese momento me abracé a mis amigos, levanté por los aires a la mujer de mi izquierda con la que compartí nervios e impresiones durante el partido. Vi llorar, sonreír, pero sobre todo, la felicidad de saber que estábamos viviendo con nuestros propios ojos un hecho histórico”.
Han visto ganar un Mundial. Se acabaron los complejos para los aficionados españoles. Apoyan a una selección campeona; una garantía de éxito y de buen juego. Que les quiten lo bailao, ya pueden acompañarla en la derrota sin miedo a hacer el ridículo.